Al despertar se encontró ligero, con la ingravidez que suponía sorprende a los astronautas en las cápsulas espaciales. Trató de recordar, como cada mañana en los últimos meses, las causas que le habían provocado el desasosiego y la tristeza que se instalaron permanentemente, como una rutina, en su vida. Sin embargo por más que su voluntad morbosa lo intentaba, la levedad de su cuerpo le impedía entrar en el juego del sufrimiento al que se había acostumbrado. Llegó a pensar que éste estado podría ser el preámbulo a la muerte que de alguna manera provocaba, para liberarse del dolor de vivir.
Decidió permanecer en la quietud para no desbaratar su nuevo ánimo. Poco a poco se asomó a la memoria un paisaje reconocido: el mar. Recordó su obsesión infantil por viajar al horizonte, es decir a su imposible, ahora tenía la oportunidad de jugar con la línea; la levedad le permitió ascender con ella hasta que los dos horizontes se unieron en un perfecto circulo que le preservó de males mayores, es decir del olvido. JLF
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