El anciano sintió la necesidad de dejar salir su lenguaje interior. Lo había acumulado en lecturas, confidencias y diálogos; lo encontraba diferente al que aparecía en las hojas de los cuadernos que llenaba casi automáticamente en sus juegos con las palabras.
Distinguió a su memoria como un entramado de palabras, a cada imagen le acompaña y sostiene una palabra. Comprendió que era lo único que le pertenecía y le diferenciaba.
Al regresar a la pintura, y con un gesto de seguridad, definió la línea ocre que le señalaría la duda. JLF
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