Me mantuvo puntualmente informado de las andanzas y peripecias del muchacho cada vez que nos encontrábamos ya que decidió nombrarme su compadre y algo de razón tenía.
Una tarde me atreví a confesar a Hiram mi enfermedad secreta, la amnesia parcial provocada posiblemente por el trauma de la muerte de mi hijo. Mirándome con cierta sorna me espetó:
- A mí tampoco me gusta la realidad, por eso la transformo, le doy la vuelta, la pongo del revés o la invento, de esta manera domestíco al cangrejo que devora el cerebro; los recuerdos se alimentan de tormentos que a veces, ni siquiera ocurrieron. La muerte de un hijo, mi querido compadre, va en contra de la naturaleza, no existe en ningún idioma una palabra para explicarla, salvo en quechua, según me contó una mucama india, hace muchos años. J. L. F.
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