No recordaba haber comido flores de loto, que según dicen, provocan el olvido, sin embargo extravía con frecuencia los papeles donde escribe sus memorias.
La habitación que usa es pequeña y sombría pero él la encuentra protectora y suficiente.
Su avanzada edad y la soledad donde se ha instalado, le permiten aceptar el tiempo sin remordimientos. Con frecuencia, pasa días sin salir a la calle, entretenido con las palabras, su juego preferido. Las ordena con primor; a las amables les concede los primeros puestos en el cuaderno azul; las que llama atormentadas, que suelen ser esdrújulas, las agrupa en una pequeña libreta de tapas negras que le regaló su amigo el coronel, un hombre enjuto y desocupado que le visita los viernes y al que lee sin pudor sus recuerdos. J L F
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